domingo, 24 de noviembre de 2013

Una vez en el aula...

       En periodo de prácticas, muchos de los futuros maestros  nos planteamos cuestiones sobre nuestra profesión. El aula, una realidad donde enseñamos a los alumnos normas, conceptos y relaciones dentro de la lengua. Todo ello de forma que nuestros alumnos no entienden la funcionalidad de lo que aprenden. ¿Qué vemos en clase? En sus comentarios, en sus caras se ve la desmotivación y la falta de interés por lo que memorizan. Todo es memorístico y repetitivo año tras año.


     Ante esta situación, algunos de nosotros buscamos alternativas a este tipo de enseñanza, pero encontramos dos grandes barrera: el currículo y nuestra formación.

         El currículo es cerrado y nos marca unos objetivos desde muy temprano imposibles de adquirir por las características psicoevolutivas del niño. Además, exige una serie de contenidos relacionados con la gramática y la ortografía, de los que se podría prescindir y dejar más campo a la enseñanza de la expresión y comprensión oral y escrita de forma pragmática. Por lo que, ante tal imposición, en el aula, se opta por un aprendizaje basado en la memoria y en contenidos carentes de significado para los alumnos.

          Sin embargo, no es sólo cuestión del currículo, sino también de una formación que no es uniforme en cuanto a la metodología. Hay asignaturas en las que nuestro trabajo es valorado positivamente cuando luego nos damos cuenta que no estaba bien ejecutado. Otras asignaturas son las que nos hacen darnos cuenta de que muchas de nuestras propuestas didácticas anteriores carecen de pragmatismo. Es todo un poco contradictorio.

        ¿Qué hacer al respecto? Intentar innovar y motivar a los alumnos dentro de las limitaciones que conlleva el uso obligatorio del libro de texto.



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