lunes, 21 de octubre de 2013

Una mirada crítica sobre la ideología de los textos teatrales para niños




         De cara al público infantil y juvenil, el género dramático ha sido convertido, sobre todo por los cánones impuestos por las editoriales, en un género estereotipado que consolida cada vez más la barrera entre dicho público y el verdadero teatro. Otra de las consecuencias de la situación es el distanciamiento voluntario de este campo protagonizado por muchos prestigiosos escritores. Tanto es así que la calidad de las producciones literarias infantiles llega a ser considerada como deficitaria. 

           Un análisis del contenido y finalidad de estas obras respaldan las afirmaciones anteriores. Son cuatro las características remarcables por su reiterada y marcada presencia en los escritos: el maniqueísmo, el modelo ejemplar del niño, la fuerte presencia de la religión católica y los mensajes aleccionadores. 

           En primer lugar, se define maniqueísmo como el encasillamiento de los personajes en buenos y malos, sin ahondar en más detalles. Además, los primeros siempre son premiados y los segundos son castigados. De esta forma, cada grupo se caracteriza por una serie de valores y comportamientos incompatibles con la heterogeneidad existente en la personalidad real de cada individuo. 

        En segundo lugar y en esta misma línea, el niño es concebido como un modelo ejemplar a seguir, virtuoso por su incondicional pureza, alegría y sinceridad. Sin embargo, se vuelve a obviar la compleja combinación de características positivas y negativas propias de los niños. 

         Otra realidad presente en las obras es el catolicismo, ya que los rezos, la fe en la existencia de un Dios, la confianza en su voluntad, los ritos o símbolos son elementos que denotan ese carácter religioso. 

       Así mismo, también impera una finalidad pedagógica en la que se transmiten una serie de valores, donde, en ocasiones, todavía no se ha superado el modelo sexista. De manera que la moraleja es el punto en el que culminan la mayoría de obras. A modo de ejemplo tenemos: la gratitud; el amor y cuidado a los padres; la tolerancia a lo diferente; la sabiduría, la astucia y la valentía como valores a los que deben aspirar los niños y el modelo de mujer buena, bella, dulce y humilde con el que deben identificarse las niñas. 

      Por último, la autora reflexiona sobre la necesidad imperante de un género dramático en el que encontremos historias de calidad que no hagan caer al lector en el aburrimiento y la monotonía que normalmente lee.

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